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Hallazgo en la arena

Setenil de las Bodegas, 8 de diciembre de 2023
  
        A todas mis buenas personas que no habéis podido venir a uno de esos viajes nuestros de ensueño:


        Os escribo esta carta antes de que me olvide por entero de lo sucedido, doy gracias (ya sabréis a quién) por no haber sido desmemoriado de golpe y tener la oportunidad de enviaros esta misiva antes de que se desvanezcan esos recuerdos. Vosotros no lo recordaréis, porque estáis en otra línea temporal seguramente, distinta a la que habitaba yo hasta ayer. El caso es que lo que sucedió, por increíble que parezca, es lo que os relato a continuación.

        Todos los que intentamos exprimir nuestro tiempo para obtener “planes chulos” habíamos encontrado, para el puente de diciembre, un viaje barato y lleno de posibilidades. Se trataba de conocer Marruecos, no por la ruta habitual, más comercial y turística, sino por el interior, de norte a sur. Estuvimos semanas hablando del tour y preparándonos para lo que intuíamos iba a ser una gran experiencia en la mejor compañía.

        Pero, como sabéis, a veces una cosa es la ruta que prevemos para llevar a buen puerto nuestros planes y otra hacia donde el río de la vida acaba dirigiéndonos con sus rápidos y sus rocas en medio de la corriente. De la lista inicial, en la que íbamos casi todos los habituales del grupo, empezó a caerse, uno detrás de otro, casi todo el mundo… Finalmente, todos menos yo. Algunos por motivos económicos, de los que andamos todos sobrados (de motivos, digo, no de dinero, ja, ja, ja), otros porque no teníais con quién dejar a vuestros queridos animales (que merecen, como fieles amigos que han sido, la mejor atención), otros por tener que cuidar forzosamente de vuestros mayores (que se lo merecen todo, tras haberlo dado todo por nosotros), otros incluso por estar agotados de tanto “ir y venir”.

        En fin, no me preguntéis por qué, pero algo me decía que no podía dejar de ir y me embarqué (nunca mejor dicho, ya que había que coger un ferry) rumbo a la aventura marroquí.

        Visité ciudades encantadoras y asombrosas, al menos para los ojos de un andaluz que no había pasado del estrecho de Gibraltar. Intenté aprehender, de esa gente sencilla y pobre (aunque rica en tiempo y sosiego), cada enseñanza que se me ofrecía, cada ejemplo de cómo valorar las cosas importantes de la vida.

        Por fin llegó la ansiada noche en la jaima. Todos los viajeros andábamos nerviosos como chiquillos a medida que el fabuloso atardecer del desierto iba dejando paso a la oscuridad.

        Decidí dar un paseo por las cercanías del campamento, con el fin de estar solo y abandonarme a la necesidad de extrañar a todos, familia y amigos que habríais debido experimentar asimismo lo que yo estaba viviendo. Tras un rato intentando embriagarme de una situación tan insólita para mí, comencé a volver hacia la jaima, que ya lucía en la lejanía con faroles y antorchas alumbrando. Tropecé con algo y me di de bruces en el suelo. Mi pie se había enganchado en un candil que medio asomaba de la arena. Sonreí, pensando que los del campamento tendrían plagados los alrededores de la jaima con objetos similares, para propiciar que incautos como yo los descubrieran y se sintieran dentro de una película de Aladino por unos instantes.

        Sí, lo confieso, no me pude resistir, cogí el faldón de mi camiseta, y sonriendo, la froté como había tantas veces visto en la ficción. Se me congeló la sonrisa cuando empezó a salir una bruma de la lámpara y se formó ante mí, como si de un ectoplasma se tratara, una figura humana. No parecía amenazadora, por lo que no sentí miedo. Me ojeó con una mirada difícil de calificar, tal vez con sorna. Pensé que me debía haber golpeado la cabeza con una piedra y todo esto era un sueño, pero decidí seguir adelante fuera lo que fuera.

        Esperó a que yo hablara, porque no dijo ni mu hasta que yo inicié la conversación. Pensando en la tradición, evité formular un deseo, siquiera una pregunta, hasta tener claras las reglas. Por ello le lancé, de manera un poco robótica, algo así como “eres un genio mágico y concedes deseos”. Se sonrió y afirmó con la cabeza. Y con una voz un tanto cavernosa, me respondió: “Te concederé tres deseos, pero soy un genio menor, no puedes pedirme acabar con el hambre en el mundo o la paz mundial, mi magia es limitada. Para ese tipo de deseos hay solo uno de nosotros que podría concedértelos, pero lleva perdido miles de años en este gran desierto”.

        Reflexioné y me di cuenta de lo poco preparados que estamos para una situación como esta. Le pedí unos minutos con gestos, con cuidado de que no pareciera un deseo, para no gastar el primero. Pensé en todos vosotros, los que me llevabais faltando todo el viaje, y decidí formular los siguientes deseos.

        En primer lugar, le pedí que cambiara el viaje que estaba haciendo por uno menor, cerca de mi tierra, para que pudieran ir algunas personas más y, sobre todo, para que las que siguieran impedidas de participar no sintieran tanta frustración como la de perderse un viaje de ensueño por Marruecos.

        En segundo lugar -sí, acertasteis-, salud para todos. El más importante, aunque fuera formulado en segundo lugar. Esos pequeños “arreglillos” que todos más o menos necesitamos, jóvenes y viejos.

        Y, por último, deseé que nos viéramos todos en el viaje a Marruecos la próxima vez que lo intentáramos. Pero como quería hacerlo bien, lo formulé así: “Deseo que se cumpla, con el empujón de un buen premio en el sorteo del Gordo de la Navidad a ser posible, que todas las personas que quiero y que me rodean en la vida hagamos un viaje a Marruecos de los que nunca se olvidan”.

        Y aquí estoy, en Setenil de las Bodegas, con unos pocos de vosotros y extrañando a todos los demás que habitáis mi vida, escribiendo estas líneas para que no se desvanezca tan increíble aventura en el desierto. No sintáis mucho no estar en estos pueblos blancos, nos esperan grandes experiencias juntos.

        Sé que en unas horas ni yo mismo me acordaré de que realmente estuve hablando con un genio. Pero si nos toca algo a alguno en Navidad y, sobre todo, si nos vemos en el futuro en Marruecos, ¿quién podría afirmar al cien por cien que nunca me pasó?

 
                                                Con todo mi cariño,


                                                                                         Ernesto.
 
 
P.D.: ¿Os imagináis que cuando vayamos todos juntos, encontremos esa otra lámpara que lleva miles de años perdida?



~ ~ O ~ ~




Cuando yo era adolescente escribí decenas y decenas de cartas tanto a novias mías como a amigas y amigos de otras provincias que conocía en la playa o en otros lugares de vacaciones. Ideé esta carta fantástica como homenaje al genero epistolar, hoy día casi extinguido, que tanto practiqué de joven. 

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