Paseando, mirando desde un banco mientras descanso, furtivamente desde el otro lado de la ventana de una cafetería, observo. Contemplo la vida que se desenvuelve a mi alrededor como un asombrado espectador, desde mi atalaya personal, desde el anonimato que me otorga ser persona entre personas.
Intento adivinar qué persigue
cada una de las almas que se cruzan conmigo en la pequeña fracción de
espacio-tiempo que me rodea allá donde voy. Reflexiono sobre sus motivaciones
para levantarse cada día, cuáles son los motores que les impulsan a seguir
hacia delante. Figuras paternas o maternas que acompañan a sus hijos pequeños a
modo de sherpas en su camino; parejas, pandillas de niños o adolescentes,
jóvenes con el mundo por delante; también adultos que parecen afanados en
llegar rápido a sus respectivos quehaceres, como el conejo de Alicia; Algunos
que, sin embargo, vagan solos o en grupo sin prisa. Todos asemejan estar en una
gran pista de “coches locos” ―como decimos en Jaén―, topando unos con otros
como animales sociales que somos, en ocasiones sin más afán que tener una breve
plática que les rescate de sentirse solos ese día. Todos con su mochila de
sentimientos, vivencias, esperanzas, frustraciones, buenos y malos recuerdos…
Me gusta practicar un juego: ver
en sus caras trazas de lo vivido. Lo hago con todos, pero especialmente me
esfuerzo con los ancianos. Como un impostor de la psicología, me aventuro a
especular sobre el porqué de sus arrugas… si la forja habrá sido el dolor o la
risa. Si una mirada triste o cansada puede quedar explicada por el hastío que
provoca el “quiero y no puedo”, elevado a rutina diaria durante una larga y
dura vida… emoción que acompaña a tanta gente en nuestra desigual sociedad; o
si procede de un evento desgraciado que le ha golpeado recientemente. Por el
contrario, las miradas alegres me suscitan la curiosidad de averiguar si
provienen de haber tenido tan solo un buen día ―o una buena vida―, o son la
firme expresión del convencimiento de que, como tituló Cuerda, amanece que no
es poco. Frase que define en cinco palabras una gran actitud ante la vida. Y
una gran aptitud para aprovechar el viaje. Pero quiero finalizar con una
proposición.
Nuestros mayores… veo a tantas
personas, con familia o sin ella, olvidadas en su soledad. Os propongo un reto.
Veamos a los ancianos como los jóvenes que fueron, como los que algún día
esperamos ser nosotros. Regalémosles, sean de nuestra familia o no, una actitud
diferente a la habitual. Bajémonos de este torbellino en el que vivimos durante
un momento, crucemos unas palabras amables con ellos, pidámosles su opinión y
valorémosla, gastemos un poco de cariño. Lo que tan poco nos habrá costado os
aseguro que tendrá un impacto tremendo en sus vidas, al menos en ese día.
Saquémoslos de ese pozo en el que tantos están, veámoslos como lo que son,
personas sabias por experimentadas, propietarios de vidas ocultas que muchos
guionistas querrían llevar al cine. Y cambiemos su mundo con ello.
~ ~ O ~ ~
Fue también publicado el 1 de octubre de 2024 en el blog de la web de la Asociación Civitas Lucis.
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