Dos palabras, una expresión, que
podemos usar para hablar del sentido de la vida: carpe diem.
Según el diccionario de la RAE, carpe diem es una locución latina que, literalmente, significa “coge el día” y cuya acepción reza “Exhortación a aprovechar el presente ante la constancia de la fugacidad del tiempo”. O dicho coloquialmente: ¡Vive el momento!
No pretendo revelar ninguna misteriosa clave para ser feliz, no hay un solo santo grial para ello, solo tantos como personas. Tan solo voy a poner encima de la mesa lo que pienso al respecto de esa expresión latina que aparece en la obra del poeta romano Horacio, expresión de la que soy un militante convencido.
Mas vaya mi crítica por delante… Llevamos
mucho tiempo inmersos en un inacabable parque de atracciones repleto de luces, imágenes,
sonidos, ofertas, noticias, espectáculos y experiencias que reclaman nuestra
atención sin cesar. No defiendo, y espero no llegar a hacerlo nunca, la idea de
que antes vivíamos mejor. Y es porque, no queriendo ser ligero en la
comparación, opto por consensuar primero qué variables conforman “vivir” para a
continuación cotejarlas una a una en cada época y finalizar con una valoración
general. En lo que a mí respecta, siempre que lo hago gana el hoy, jamás lo
hizo el pasado.
Pero (… casi siempre hay un “pero”)
sí estoy convencido de que nos hemos dejado robar algo precioso que poseíamos
hace no muchos años: un ritmo de vida más tranquilo, no tan acelerado; un
cerebro menos agredido que tenía más capacidad de saborear una película, un
libro, un periódico, una comida, una charla intranscendente entre amigos o con nuestra
pareja, un paseo sin motivo ni destino, un viaje; incluso, de vez en cuando, experimentábamos
vivencias extraordinarias cuyo valor residía en su escasez dentro de nuestra
propia experiencia. Por no hablar del aburrimiento que nos sobrevenía en
ocasiones ―emoción tan necesaria para el surgimiento de la creatividad―, tedio que
actualmente ha sido desterrado de nuestras vidas. O dicho con más exactitud, sepultado.
En mi opinión nos hemos enrolado
inconscientemente, todos, en la búsqueda de un carpe diem equivocado. Nos
han vendido que consiste en experimentar nuevas cosas de forma hedonista y sin descanso,
esto es, el placer a toda costa y como fin último. Y nos zambullimos en ello sin
percatarnos de la lógica capitalista subyacente, la que está detrás de
monetizar (convertir en dinero el producto ofertado) y engancharnos; sobre todo
esto último, ya que es lo que asegura ingresos futuros, cuando nosotros mismos pasamos
a ser el producto. Todo ello está detrás de cada vez más “artículos carpe
diem”, sea cual sea el bien o la experiencia por consumir, lo cual
pervierte, a mi entender, el prometido disfrute. Por ende. en paralelo, se acrecienta
el problema de la adicción a una forma de vivir que lo basa todo en tener algo
nuevo cada día, lo cual me lleva a pensar que nuestra salud mental, individual
y colectiva, pueda acabar siendo afectada irreparablemente.
Por eso, un millón de vídeos,
reels, stories, consejos, propuestas, publicidades, por citar solo unas pocas
de las cuerdas de la cruceta con la que nos manejan las multinacionales que hay
detrás de las apps (o aplicaciones móviles, en castellano), nos empujan a sentirnos
culpables si no hacemos una cosa tras otra para vencer al temible monstruo del tempus
fugit (otra expresión latina, también de Horacio: el tiempo huye). Sí, esa
sensación que, a medida que nos vamos haciendo mayores, todos notamos más y más
presente. ¿Qué le vamos a hacer? El tiempo es inasible, tal que humo entre
nuestras manos.
Una vez criticado el carpe
diem que nos venden en tantos y tan variados frascos, quiero explicar cuál
es la diferencia entre aquel y el carpe diem con el que me identifico,
al menos con el que persigo. Incluso entre lo que yo pensaba hace tiempo que significaba
carpe diem ―la búsqueda de momentos placenteros en la gastronomía, el
turismo, la cultura…― y cómo lo traduzco ahora en mi vida. Pero antes, explicaré
que todo proviene de cuando comencé a salir de mi zona de confort y empecé a
tener breves pero intensos contactos con todo tipo de realidades y personas.
Permitidme este párrafo-inciso. Aparte
de nuestra acolchada y mullida realidad ―reconozcamos que es así para un enorme
tanto por ciento de nosotros―, existen otras muchas. Todos las conocemos, todos
sabemos de su presencia en la sociedad: son todas aquellas que no queremos que hieran
nuestra existencia, las que identificamos como producto de esas loterías que
tiene la vida en las que nadie quiere ser el premiado. Tuve la suerte de estar
no mucho tiempo, pero sí el suficiente, de forma consecutiva con personas con muchos
contextos distintos al mío, personas cuyo denominador común era, y lo sigue
siendo, no tener nada fácil su día a día. Hablo de gente “diferente”, entrecomillado
que no comparto pero que está demasiado presente en nuestra sociedad. Diferencias
físicas, mentales, sociales, sexuales, culturales, educativas, religiosas… Esas
diferencias, cuando conoces de cerca a esas personas, desaparecen. Es como ver a
una persona en un primer plano fotográfico o contemplarla en una instantánea
dentro de una manifestación tomada desde mucha distancia. Siguiendo el ejemplo
dado, es asombroso cómo, en el último caso, tan solo acertaríamos a identificar
etiquetas, lo que nos empuja a prejuzgar; y cómo, en el primero, cuando se
trata de alguien con el que acabamos conviviendo o teniendo un contacto más
estrecho, aunque sea brevemente, las etiquetas caen y reconocemos a un ser
humano igual a nosotros. Pero esto es un tema que merece, por sí solo, desarrollo
futuro.
Volviendo al tema central: carpe
diem. Las citadas experiencias me hicieron recalibrar mi percepción de lo
que poseía a nivel material e inmaterial. También ser más consciente de lo que podía
hacer con mi tiempo y cómo sentirlo. Leemos maravillosas frases de grandes
pensadores en las redes sociales que nos invitan a vivir más intensamente, a
detenernos y ser felices con lo que poseemos, a valorar a las personas por lo
que son… pero apenas un parpadeo más tarde pasamos al frenesí de lo que yo llamo
“la siguiente pantalla”, sin dar tiempo a que nuestro pensamiento haya podido ser
siquiera arañado por la reflexión.
Ese recalibrado del que hablaba antes
hizo que empezara a darme cuenta de la suerte que tenemos por estar más o menos
sanos, teniendo en cuenta la cantidad de enfermedades que hay y su gravedad, si
las comparamos con los achaques habituales que nos permiten seguir
desarrollando una vida más o menos normal.
Hizo también que fuera consciente
de que tenemos ―unos más y otros menos― muchas cosas. Muchísimas, si lo
observamos con los ojos de un cubano (Karel) que conocí hace unos meses y que me
hablaba de los supermercados, vacíos de casi todo, que tienen en su tierra. O con
los de un niño saharaui, de los que vienen por primera vez a una familia de
acogida en verano, al ver salir agua de un grifo.
Hizo, finalmente, que me sintiera
afortunado, porque estamos rodeados ―en mayor o menor medida―, de una gran
cantidad de personas que nos quieren y acompañan en nuestro camino. A
diferencia de la gran cantidad de niños y adultos que hay maltratados por
millones a cada minuto de sus vidas por el hambre, la guerra, las mafias, el
miedo, la ignorancia, la injusticia y cualquier otra calamidad surgida de la
parte oscura del corazón humano.
Con los últimos párrafos no quiero
expresar que haya que sentirse mal por vivir en nuestro mundo e intentar ser
felices, sino dar un toque de atención para que tengamos más presente todo lo
que poseemos ―material e inmaterial― y para que lo disfrutemos más
intensamente. Y ahí es adonde yo quería llegar cuando apuntaba al carpe diem
que persigo a diario, del que me defino militante convencido.
¿A qué me refiero concretamente? Veámoslo
a través de ejemplos:
-
Escuchar música sin prisa y con atención plena (siempre
que se pueda, con buen volumen) o disfrutar de una buena lectura o película,
puede ser un buen comienzo. Y ojo, con atención plena quiero decir paladeando ―permitidme
la sinestesia― cada nota, cada rima, cada voz, cada texto, cada historia, lanzándonos
también a descubrir nuevas canciones, autores, narrativas… nuevos horizontes.
Hacer cualquiera de las anteriores actividades en compañía a veces puede ser incluso
mejor, no con interrupciones en su transcurso, pero sí compartiendo un buen
posterior debate.
-
Cocinar ―siempre que podamos, sin prisas―, disfrutando
durante la preparación casi gustativamente de las expectativas del plato.
-
¿Y hacer algo tan loco como no hacer nada
durante media hora, tan solo respirar y disfrutar de la no acción? Hablando de
respirar, probemos a hacerlo de forma profunda y pausada, atrapando los olores
que nos rodean y que casi nunca percibimos sin esa inspiración completa.
-
Salir y sentarse delante de un buen paisaje, sin
impaciencia por continuar con lo siguiente, y disfrutar de ello hasta el punto
de que nos sintamos parte de él.
-
Hacer las tareas de la casa con lentitud y
esmero puede llegar a ser muy gratificante. Emulemos, en las formas y en el
tiempo empleado, a los japoneses, que practican una ceremonia milenaria que
eleva a arte la preparación del té y su ofrecimiento a los invitados.
-
Detenerse a observar a cualquier ser vivo,
grande o pequeño, sintiéndonos copartícipes con él de esta gran experiencia que
llamamos vida y de la compleja y fascinante naturaleza que nos rodea.
-
Prestar atención al agua, que puede resultar
hipnótica tanto en un spa o ducha caliente como en un frío día lluvioso, sintiéndola
sobre nosotros o a través de un cristal mojado con una buena taza de bebida caliente
en las manos. El agua, fuente de vida. El agua, llena de misterios y promesas.
-
Observar a nuestros congéneres, deteniéndonos en
ello, en su ajetreo diario de historias en continua formación confluyendo y
enriqueciéndose con las de los demás, del amor que les rodea (o debería) a
todos.
… En fin, que cada uno imagine
cómo bajarse del tiovivo, el secreto del éxito siempre residirá en la actitud
con que lo hagamos. Pero hay algo que todos podemos hacer y que nos va a
producir una gran felicidad: ayudar. Emplear nuestro tiempo, nuestro cariño,
nuestro saber o nuestras habilidades en ayudar a que los que nos rodean estén
mejor, siempre va a repercutir en hacernos sentir más felices, porque lo que
viene de vuelta siempre es mucho más de lo que entregamos.
Para finalizar, ya puestos a
manosear expresiones latinas lo haré con una más, también relacionada con todo
lo anterior: memento mori. Significa “recuerda la muerte” o “recuerda
que morirás”. Dejad que me explique antes de que torzáis el gesto. Se supone
que fue la frase que un siervo romano lanzó a un general que desfilaba victorioso,
aleccionándolo contra la soberbia, para que no se creyera un semidios. En
realidad, la traigo a colación porque creo que todos debemos ser aleccionados para
vivir más significativamente, saliendo de nuestras zonas de confort, de la
rutina, del ensimismamiento general, teniendo presente que, como nos dice
Silvio Rodríguez en una de sus inolvidables canciones (Causas y azares), en
todo momento las causas nos andan cercando y el azar se nos viene enredando.
Dicho todo lo anterior, desde mi
idea de lo que debe ser Carpe Diem, os deseo que tengáis un buen día…
¡Qué demonios! Deseo para todos nosotros que recordemos parar un ratito cada
día para poder disfrutar, como ellas se merecen, del resto de nuestras vidas.
~ ~ O ~ ~
Publicado en enero de 2025, el primer mes de un año que promete ser movidito. También se podrá leer en el blog de la Asociación Civitas Lucis.
6 comentarios:
Collige, virgo, rosas
Mais um tema profundo muito bem abordado pelo amigo Ernesto. Concordo totalmente que grande parte da humanidade está a ser conduzida pelo poder económico (dinheiro) sem que se apercebam.
As ofertas são conduzidas para o lucro dessas entidade através de anúncios agressivos e os produtos apresentados a um ritmo acelerado de forma a acreditarmos que se não os obtivermos não seremos felizes e seremos ultrapassados (desatualizados).
O ritmo é tão intenso que não nos permite pensar nem nos aperceber do caminho errado que seguimos.
Obrigado Ernesto por mais este alerta que nos ajudará a encontrar a felicidade nas coisas simples
Qué gran reflexión haces Ernesto, en esta nueva entrada a tu blog.
Es cierto, que vamos corriendo de un lado para otro como si nos persiguiera algo inevitable...y sin embargo, cuando la vida se para, por alguna circunstancia ajena a nosotros, es cuando de verdad nos damos cuenta que hemos desperdiciado tantos momentos...
Gracias por hacernos reflexionar y paladear lo bonito de cada día.
Carpe diem.
Gracias por tu acertado comentario. Quiero que ese texto nos sirva como el recordatorio que nos debemos hacer unos a los otros de que la felicidad está en el camino y que solo hay que saber verla y extender la mano para cogerla.
Obrigado, meu amigo português. É sempre um prazer receber feedback de vocês que me lêem. Vou pular na piscina com você e oferecer-lhe a oportunidade de propor um tema que o preocupe ou fascine, como um desafio de escrita. Espero que você aceite o desafio. Estendo o pedido a qualquer pessoa que leia esta resposta. Claro que a sua preparação não será rápida.
Y en castellano:
Gracias, mi amigo portugués. Siempre es un placer recibir feedback por parte de los que me leéis. Voy a tirarme a la piscina contigo y te ofrezco la posibilidad de que me propongas un tema que te preocupe o te fascine, como reto de escritura. Espero que recojas el guante. Amplío la petición a cualquiera que lea esta respuesta. Eso sí, no será rápida su elaboración.
Muchas gracias, Lola. Un placer provocar el ánimo de responder por vuestra parte. Mi idea, no obstante, es recoger las rosas a lo largo de todo el camino. :)
Publicar un comentario