He tenido muchos nombres, tantos como culturas me han adorado.
Han pasado ya más de cinco mil años desde el momento en que decidí compartir mi más preciada posesión con los hombres. Cincuenta siglos maravillándome de que no se malogre, de que año tras año sea elevado a más altas cotas, de ver con satisfacción cómo el proceso de obtención impregna con tantos matices el resultado final.
Desde mi atalaya me dediqué durante milenios, con fruición, a observar los esfuerzos de los agricultores para obrar el milagro de convertir, un pequeño fruto, en un elixir de dioses. Cómo mimaban cada brote, incluso los zarcillos más pequeños, para guiar con delicadeza al salvaje arbusto trepador en su metamorfosis. Cómo sudor y sangre, sabiduría y amor, se transmutaban en una casi infinita gama de colores y sabores.
Mi devenir en mito me ha permitido mezclarme con vosotros sin miedo a ser reconocido. Como fiel compañero, he estado presente en muchas guerras; aunque no llegaríais a imaginar, escanciando ánfora en mano, cuántas más evité. Y es que siempre me condujo la idea de que un buen caldo atempera los ardores humanos y hace parecer cerca lo lejano.
Sí, me molesta que algunos lo tachen como culpable de grandes desmanes, cuando la responsable es la desmesura en su dispendio; ay, pobres mortales que huyen despavoridos sin freno, de su propia muerte, hacia delante.
Como os decía, ando entre vosotros hace ya siglos. He sido viticultor, carpintero, comerciante, naviero, soldado, cortesano, bodeguero, cantero, literato, tahúr incluso, que no tramposo… Pero nunca pendenciero, asesino o estafador. Mi única ambición únicamente fue defender la pureza de mi amado tesoro.
Me señalan injustamente como deidad de la juerga... ¿qué puedo decir? No es que la espante, más bien lo contrario. En mi defensa, acusar a la desinhibición que nos acompaña.
Tras tanto ir y venir entre vosotros decidí un alto en mi camino. Ahora vivo tranquilo en una serena tierra, repleta de buena comida y mejor gente. Son maestros en obtener lo mejor de cada fruto, se llame este aceituna, cereza o uva. Sus almas son antiguas, son magníficos escuchando, a la naturaleza o al amigo. Me suelo reunir con muchos de ellos y con algunos, hasta compartiendo bota y hoguera, a la antigua. Año a año, fermentando en la madre que nos proporciona nuestra amistad, consiguiendo formar cada vez una amalgama más compleja y auténtica.
Miro con deseo el queso cortado y las aceitunas de cornezuelo que me llaman desde sus platos. Levanto la copa contra el sol del atardecer, observando cómo la luz atraviesa el intenso color rojo de su contenido, la llevo a los labios y los mojo levemente dejando pasar una cantidad mínima de placer… Bendita tierra de hermosos paisajes, un oasis en el que pretendo quedarme mucho tiempo; como siempre, compartiendo mi bien más preciado: un buen vino.
Cierro los ojos, ahíto de placeres, sonrío evocando mis muchos nombres… Para los griegos Dioniso fui; los romanos me llamaron Baco; los egipcios me veneraron como Hathor; Aegir me decían los europeos del norte…
~ ~ O ~ ~
Presenté este relato al X Certamen de Relatos Cortos Cursos de Verano de la UNED. La temática debía ser "El vino".
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