Aún seguían cayendo algunas hojas en la hermosa alameda por la que se habían aventurado. Se entreveía entre sus ramas un pinar trepando la falda de la montaña. La mañana había sido fría, pero un cielo despejado fue una invitación demasiado tentadora para Pedro, ante la alternativa mustia de quedarse en casa. Para sus hijos era habitual, también esperado con deseo, salir en fin de semana de senderismo. Y para Carmen, su esposa, siempre suponía una recarga de energía fantástica. Ya habían comido y estaban pensando en volver a casa. Yendo en su dirección, aunque en la profundidad del pinar, se encontraba Agustina, hecha un mar de confusión. Sus hijos tenían habitualmente cuidado de que la puerta estuviera cerrada, siempre había uno con ella desde que empeoró la temida enfermedad que a tantos ancianos les llega. Pero un descuido y la curiosidad innata que a pesar de todo poseemos los humanos, le hizo salir a ver las bonitas luces que había colocado su hija en un pino del jardín. De eso hacía ya un rato largo, cuatro o cinco horas. Agustina miraba a su alrededor y no veía nada reconocible, solo ramas, hojas muertas y árboles. Tenía frío, un poco de hambre y miedo, mucho miedo. No sabía hacia dónde ir, su tendencia era ir ladera abajo, aunque intentando sortear como buenamente podía tupidas zarzas y restos de arbustos secos que le arañaban al pasar. A veces se sentaba y lloraba desconsolada, embargándole una mezcla de susto, impotencia y pena por sí misma. Pena porque de alguna manera todavía era capaz de sentir, más que de recordar, que había sido una persona mentalmente fuerte, capaz, decidida… Llegó un momento en que se sentó y ya no tuvo fuerzas ni ánimo para volver a levantarse. Lo hizo apoyándose en la oquedad que presentaba un gran pino, de modo que una vez recostada en ella, percibió como si el árbol la protegiera, casi como si la abrazara. Se adormiló. Sandra y Mario, los pequeños senderistas, salieron corriendo de la alameda jugando a “tú la llevas” y se introdujeron en un impresionante llano que antecedía a la ladera del pinar. Había una colosal piedra ovalada en medio de la llanura y desde ella montados, gritaron a sus padres que subieran también, querían enseñarles algo… Cuando se unieron a los niños no pudieron más que contemplar estupefactos la escena que se abría ante ellos: parecían dos ejércitos enfrentados a la espera de iniciar la batalla…, a un lado altos álamos sin hojas como si blandieran múltiples espadas hacia el cielo y al otro, pinos no menos grandes con miles de piñas secas de buen tamaño a sus pies, como munición esperando ser lanzada. Embobados como estaban, solo Mario percibió con el rabillo del ojo un movimiento en el pinar: giró levemente la cabeza y vio algo pequeño, aunque rápido, que salía disparado entre los troncos. Cuando abrió los ojos, Agustina se encontró cubierta con una manta de musgo y hojas secas que la mantenía caliente y bien abrigada. A su izquierda, había una corteza a modo de cuenco con níspolas maduras, azofaifas, acerolas y majoletas. A su derecha, en una trabajada jarrita metálica, agua. Y en las paredes internas del árbol, luces provenientes de unas cuantas luciérnagas alumbraban el espacio. Comenzó dando un traguito de agua y luego abrió una níspola para deleitarse con su pulpa, ¡níspora!, como la llamaban en su tierra. ¡Hacía tanto tiempo que no probaba estos ricos frutos de invierno! Mario no dijo nada a sus padres, pero pensó que la mejor forma de ir a ver de qué se trataba lo que había visto, era correr hacia el monte chillando “¡quiero piñas!”. Acostumbrados a los arranques propios de su edad, Sandra y sus padres corrieron tras él. Una vez llegaron a la linde del pinar, el niño se empeñó en que quería explorar el bosque. Todos estuvieron de acuerdo pues tenía un cierto aire de bosque encantado. La luz de la tarde se filtraba a través de las ramas y había debajo de casi cada pino majestuosas setas. Mario volvió a ver al huidizo ser, esta vez pudo comprobar que se trataba de un ciervo joven. Un picapinos sonó justo encima, mas el cervatillo no se asustó. Ambos miraron hacia la familia y a continuación el pájaro voló hasta posarse en el lomo del venado. Los cuatro fueron testigos de eso y de que, tras mirarlos, el animal empezó a caminar despacio monte arriba. Se paró, como invitándoles, y volvió a su senda. Mudos por el asombro, comenzaron a seguirlo. Aunque preocupados los padres por la hora y por la cada vez más asombrosa situación, se adentraron cientos de metros en el bosque, subiendo la montaña. Cada vez había más animales delante, todos siguiendo la misma dirección. Vislumbraron un enorme pino frente al que por fin todos los animales se pararon. Ya quedaba poca luz, pero allí en el pino, iluminándolo, había cientos de luciérnagas revoloteando. Rodearon el árbol y vieron dentro de un gran hueco en el tronco, como si estuviera esperándoles en su propia casa, a una señora mayor con la boca manchada y totalmente feliz que les espetó “¿Qué hora es?, mi hija debe estar preocupada”. Desde arriba, en otro pino, un ser del bosque que lo observaba todo sonrió satisfecho. Acabó cruzando su mirada con la niña, Sandra, que le lanzó un beso. ~ ~ O ~ ~
Bienvenido al rincón en el que vuelco lo que enredo en mi cabeza... enredar en su acepción de entretejer. Encontrarás microrrelatos y relatos, también algo publicado y algunas reflexiones sobre este mundo que nos ha tocado vivir, tan bueno o malo como lo queramos juzgar, pero tan único que siempre merecerá nuestra mirada. Mi objetivo: distraerte y que disfrutes. Y si te gusta, ve AHORA arriba y SUSCRÍBETE para estar al día de lo nuevo que publique. ¡Gracias por venir!
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"Nísporas"
Escrito para el XXI Concurso de Relatos y Cuentos de Invierno del Diario Ideal y publicado en su edición de Granada de 24 de diciembre de 2022.
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